Opinión
Chile frente a la guerra comercial de Trump: El costo de depender de los gigantes

por Luis Felipe Slier Muñoz Ingeniero Comercial – MBA
Los últimos días han sido un torbellino en la política comercial global. Con la reincorporación de Donald Trump a la Casa Blanca, Estados Unidos ha retomado con fuerza una agenda de proteccionismo económico bajo su ya conocido lema “America First”. Esta vez, las medidas van más allá de lo simbólico o discursivo: se trata de una nueva batería de aranceles que apuntan no solo a China, sino a más de 185 países, incluyendo a socios históricos como Canadá, México y, por supuesto, Chile.
El impacto ha sido inmediato y profundo. Bolsas que caen en todo el mundo, inversionistas que huyen en masa de activos de riesgo, incertidumbre sobre el futuro del comercio global, y una creciente tensión entre potencias que amenaza con instalar una “recesión controlada” como estrategia para un futuro despegue industrial estadounidense. Pero, ¿Qué significa todo esto para Chile? ¿Cómo nos afecta esta guerra que no peleamos, pero cuyos efectos sentimos con intensidad?
El nuevo frente arancelario
Durante su primer mandato, Trump dejó claro que la política exterior de Estados Unidos estaría subordinada a sus intereses comerciales internos. Ahora, con un nuevo mandato en marcha y con un Congreso más favorable, ha decidido redoblar la apuesta: arancel universal del 10% para todas las importaciones y aranceles específicos de hasta 125% a productos chinos.
El mensaje es claro: si Estados Unidos por ejemplo importara 100 millones de dólares, quiera exportar lo mismo. Lo que a simple vista puede parecer una búsqueda de equilibrio, en la práctica es un enfoque que desconoce las dinámicas reales del comercio internacional. No todos los países tienen las mismas ventajas competitivas ni las mismas estructuras productivas. Pretender un equilibrio perfecto en las balanzas bilaterales es no entender cómo funciona la economía global.
El cobre chileno en la mira
El 25 de febrero, el gobierno de Trump firmó un decreto para investigar el mercado del cobre. El objetivo: analizar si se justifica imponer aranceles a la importación de este mineral desde países como China, México, Canadá y Chile. La razón oficial es la misma que ha guiado otras decisiones similares: reducir la dependencia de insumos críticos del extranjero y fortalecer la producción nacional.
Para Chile, este anuncio es alarmante. El cobre representa cerca del 50% de nuestras exportaciones y Estados Unidos absorbe más del 11% de ese total. Si bien China sigue siendo nuestro principal comprador, una pérdida de competitividad en el mercado norteamericano tendría efectos que van más allá de lo cuantitativo: instalaría la duda sobre la estabilidad de nuestras relaciones comerciales con una de las economías más grandes del mundo
Un efecto dominó que traspasa sectores Pero el cobre no es el único producto amenazado. El conflicto comercial genera efectos en cascada que afectan al resto de los sectores exportadores.
La fruta, el vino, salmones, la celulosa,… todos pueden terminar en la lista negra de represalias cruzadas entre potencias. Y más preocupante aún es el impacto indirecto: alza en el precio de insumos importados, encarecimiento de maquinaria y tecnología, y caída en la inversión extranjera por el aumento de la incertidumbre.
Los ciudadanos ya están comenzando a sentir los efectos. Productos importados más caros, aumento de precios en tecnología y bienes durables, y una presión inflacionaria creciente que, sumada al aumento en el costo del crédito, afecta el bolsillo de las familias. La guerra comercial no es solo una disputa entre países: es un factor que modifica la economía doméstica, la inversión, el empleo y el consumo.
Una política diseñada para tensionar el tablero
Quien piense que estas decisiones de Trump son improvisadas, se equivoca. Trump actúa como un empresario en una negociación agresiva: tensiona para obtener mejores condiciones. Él no busca necesariamente mantener los aranceles de forma permanente, sino usarlos como moneda de cambio. Y en eso, Estados Unidos tiene ventaja: su mercado sigue siendo uno de los más codiciados del planeta.
Sin embargo, lo riesgoso de esta estrategia es que no todos los países pueden adaptarse con la misma velocidad ni tienen el poder de fuego necesario para responder. En muchos casos, las represalias terminan golpeando a terceros inocentes. Chile, con su economía abierta y altamente dependiente del comercio exterior, es un claro ejemplo de ello.
¿Qué podemos hacer como país?
Frente a este nuevo escenario, Chile no puede permitirse una actitud pasiva. Ya no basta con lamentar los daños colaterales o confiar en la buena voluntad de las potencias. Las estrategias de mitigación deben ser inmediatas, decididas y estructurales:
- Diversificar mercados: La excesiva dependencia de China y Estados Unidos como principales socios comerciales nos vuelve vulnerables. Es hora de fortalecer vínculos con economías emergentes como India, Indonesia o el bloque ASEAN.
- Agregar valor a las exportaciones: No podemos seguir vendiendo solo materias primas. Chile debe transitar hacia una economía exportadora de bienes con mayor procesamiento, innovación y marca país. El vino chileno es un buen ejemplo, pero se necesita replicar ese modelo en otros sectores.
- Impulsar el consumo y la producción local: Frente a las distorsiones externas, una economía interna sólida puede servir de amortiguador. Fomentar la manufactura local y apoyar a las pequeñas y medianas empresas debe ser una prioridad
- Mantener la estabilidad macroeconómica: En un año electoral y con una deuda fiscal creciente, es fundamental evitar medidas populistas que deterioren la confianza de los inversionistas. El país necesita señales claras de responsabilidad fiscal.
Lecciones para la política internacional chilena
La reciente declaración del Presidente Boric, criticando directamente a Donald Trump durante su gira por India, fue un error diplomático. En relaciones internacionales, las formas importan. Y más aún cuando se trata de una potencia mundial que puede, con una sola firma, cambiar las condiciones de nuestro comercio exterior. Afortunadamente, el canciller y el ministro de Hacienda salieron rápidamente a suavizar el impacto del exabrupto presidencial. Pero el daño ya estaba hecho. Es momento de comprender que la política exterior no puede manejarse con la emocionalidad propia de la arena política interna. Se necesita una voz experta, prudente y estratégica que represente a Chile en el exterior, especialmente en momentos tan volátiles como los actuales.
¿Recesión controlada o guerra sin control?
Trump ha planteado estas medidas como parte de una estrategia para fortalecer la industria local. Algunos analistas creen que está provocando deliberadamente una “recesión controlada” para luego repuntar con mayor fuerza. Otros, sin embargo, advierten que este juego con fuego puede desatar una crisis económica global de consecuencias impredecibles.
Lo cierto es que, sea cual sea el resultado, el tablero global ya cambió. Las reglas del juego que conocíamos —basadas en tratados multilaterales, libre comercio y apertura de mercados— están siendo reemplazadas por acuerdos bilaterales, nacionalismo económico y conflictos arancelarios.
Conclusión: Resiliencia en tiempos de incertidumbre Chile, como economía pequeña pero integrada, no puede controlar lo que hacen las potencias. Pero sí puede controlar cómo responde.
La resiliencia será nuestra mejor herramienta. Diversificar, innovar, planificar con visión de largo plazo y actuar con inteligencia diplomática. Solo así podremos navegar las aguas turbulentas de esta nueva era económica.
La guerra comercial no es una tormenta pasajera. Es un cambio estructural que exige adaptación, responsabilidad y liderazgo. Si Chile quiere seguir siendo un actor relevante en el comercio global, debe prepararse desde ahora. Porque los tiempos difíciles no han terminado… y el mundo ya no volverá a ser el mismo.